No pensé que este año fuera a estar tan cargado de cosas que me llenaran como lo están haciendo, pero así es, estoy disfrutando de la carrera como la que más, con especial con una asignatura llamada "Inteligencia Emocional", aquí os dejo con una práctica en la que tenía que contar una situación de mi vida y relacionarla con: Pensar, actuar y sentir.
LA SAGRA, LA CIMA DEL YO.
Me remonto dos primaveras atrás, cuando fui de acampada a la sierra granadina con el grupo scout al que pertenezco. Éramos quince personas de más o menos la misma edad y tres monitores que nos sacaban como mucho cinco años. La meta de esa acampada era alcanzar la cima de La Sagra, que se sitúa a 2383 metros de altitud, el pico más alto de de la cordillera Subbética.
A pesar de ser primavera, el monte estaba cubierto de nieve, aún así, el segundo día de acampada comenzamos la marcha e iniciamos el camino ladera arriba. Los primeros tramos eran relativamente fáciles, ya que caminábamos por una senda sin nieve, era un camino divertido y agradable que no te agotaba demasiado. Llegamos entonces a una explanada desde la que se visualizaba el siguiente tramo que nos esperaba con una pinta no tan amena
. Pendiente muy inclinada y tres cuartas de nieve.
Nuestros monitores, expertos en montañismo, nos enseñaban a andar por la nieve en pendientes tan fuertes, nos decían constantemente: “No os agachéis, andad rectos y con seguridad” Resultaba difícil seguir sus consejos cuando si mirabas al frente tenías más cerca de la cara el suelo que ibas a andar que tus propias rodillas. Aquello estaba realmente inclinado.
Ante esta situación, lo que te salía por instinto era encogerte e ir agachado, ya que ir recto daba más sensación de vértigo. Daba igual, esa era la manera. Ellos lo seguían repitiendo: “Andad con seguridad, clavad los pies en la nieve en cada paso que deis” Esa era la clave, andar con seguridad.
La imagen era curiosa, una fila de quince adolescentes subiendo por la nieve, los agachados éramos los inseguros, los que sobresalían con sus espaldas rectas le habían echado valor y habían asumido que esa era la mejor manera. Y, efectivamente, el secreto era confiar en ti mismo. Solo eso.
Yo, al cambio, seguía agachada, aferrada a la nieve dando pasos de hormiga. Yo sola tenía más miedo que todos ellos juntos. Y ¿Por qué? Pues muy sencillo, yo ya había caído en mi error más habitual, había pensado en todo, en absolutamente todo. Desde mi seguridad física hasta el porqué yo era incapaz de andar recta y de apartar mis miedos.
Pero tanto pensar no fue bueno…
Poco después llegamos a un tramo de roca mojada, sin nieve, y prácticamente en acantilado. Había que escalar el tramo uno a uno con más cuidado que nunca. Yo lo vi y pensé: No soy capaz de subir eso.
Llegó mi turno, me enganché de aquella roca como pude, y eligiendo el peor momento para recordarme todas mis inseguridades, a 2000 metros de altitud, me resbalé. A partir de aquí todo pasó en milésimas de segundo. La mano izquierda de mi monitora salió en mi ayuda, y arriesgando su estabilidad propia en un arranque de valentía, me levantó en peso cuando yo estaba resbalándome y gracias a eso pude recuperar fuerzas y sacarlas de donde no las había para empujarme hacia arriba.
Cuando estaba a salvo me quedé mirando a mi alrededor y vi las caras pálidas de mis amigos, bueno, de casi todos, algunos la tenían oculta con sus propias manos. Yo no dije nada. De hecho, nadie dijo nada hasta pasados unos minutos. Yo me sentía entre afortunada por seguir con todas las partes de mi cuerpo en su sitio e incluso por estar viva, a la vez que enfadada conmigo misma. Si yo no confiaba en mí, ¿Cómo se me ocurrió dejar mi vida en mis manos?
Tuve que tomar una decisión. Me quedaba medio camino por delante y estaba claro que aferrarme al suelo no era la solución así que clavé mis botas sobre la nieve, erguí la espalda y miré hacia el frente. La imagen ahora había cambiado, una fila de quince adolescentes andaban rectos monte arriba con toda seguridad. Parece ser que no fui la única que se dio cuenta de que si queríamos alcanzar la cima, la actitud era otra.
Una hora después, y tras el mayor esfuerzo físico y mental que recuerdo desde hace tiempo, conseguimos llegar. Éramos lo cuartos en el grupo scout que intentábamos subir ese monte y fuimos los primeros en conseguirlo.
El momento en el que mis pies pisaron aquel pico, comenzó una nueva etapa en mi vida, desde entonces los caminos los ando lo mas recta posible, aun que he de confesar que le sigo dando mil vueltas a las cosas, eso sí, ahora intento que mi vida no dependa de ello…
Como conclusión final puedo decir que pensar y reflexionar sobre las cosas está muy bien, pero en cierta medida. Actuar, actúa como creas que es lo mejor, sin renunciar a la espontaneidad, y por último, nunca, y repito NUNCA, te prives de sentir.